sábado, 2 de noviembre de 2013

Hurgando en la Biblioteca Nacional



Una tarde cualquiera uno puede detener el tiempo y el fragor de una gran ciudad, encerrándose por un rato en una moderna biblioteca.
Sin plan previo, navegando entre antiguos libros microfilmados, rescato estos pequeños textos, que a mi tanto me deleitan, para que los saboreen como si de pequeñas y deliciosas confituras se tratase.
Antes que me corrijáis, aclaro que son textos de los siglos XV a XIX y he respetado la ortografía de los originales.




Un Lord aconsejaba á Garrik, el actor más célebre del teatro inglés, que se pusiese en candidatura como representante por algún condado o ciudad. Garrik respondió:
-Quiero más hacer un gran papel de falso en el teatro, que el papel de verdadero tonto en el Parlamento.

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En cierta ocasión estaba tan triste y taciturno Voltaire, que sus amigos que conocían su habitual buen humor comenzaron á hacer tristes comentarios. Una amiga suya, que conocía aún más que los demás al insigne poeta, pronunció estas palabras altamente características:
-No lo creereis, pero yo puedo decíroslo. Hace tres semanas que no se habla en París de otra cosa que de la ejecución de un famoso ladrón que ha muerto con la mayor firmeza de espíritu. Esto ofende grandemente a Voltaire porque no se habla ya de su tragedia. Tiene celos del ahorcado.

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Las mujeres gustan mucho de que se las ame con ternura, pero gustan más de que se las divierta. Prefieren que se las divierta sin amarlas á que se las ame sin divertirlas.

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Augusto hacía chicoleos a la mujer de Mecenas, su favorito. El diestro cortesano fingía dormir y un criado, creyendo su sueño verdadero, quiso aprovecharse de esa ocasión y trató de ir a aprovecharse de las botellas del aparador.
-Majadero, dijo Mecenas, ¿No conoces que sólo duermo para el emperador?

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Los viejos gustan de dar buenos consejos porque no se hallan ya en condición de dar malos ejemplos.

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Un particular cuya mujer había parido a los seis meses de casados, se dirigió a un partero para preguntarle la causa de aquella precocidad.
-Tranquilizaos, replicó el doctor; esto acontece a las mujeres en el primer parto, pero no se repite en los demás.

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Cierto cura de aldea predicaba La Pasión. Cuando llegó a cierto párrafo en que decía que Jesucristo había sido cogido en el huerto de las olivas, hubo una mujer que gritó:
-¡Bien hecho! ¿Qué iba a buscar en ese huerto? Ya se dejó coger ahí mismo el año pasado.

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Carlos V caminaba en cierta ocasión de un modo tan particular, de resultas de un violento ataque de gota que acababa de sufrir, que el conde de Buren no pudo menos que echársele a reir.
-¿De qué os reis así? Le dijo el emperador.
-Señor, al ver los pasos inseguros de V.M., he imaginado ver al imperio vacilando como su jefe. 
-Guardaos, pues, en delante, de tener semejantes pensamientos, le dijo Carlos con una mezcla de dulzura y severidad, y sabed que no son los pies sino la cabeza lo que gobierna los Estados.

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Tres son las especies de casamiento: De Dios, del diablo y de la muerte.
De Dios, cuando es entre jóvenes iguales, del diablo cuando es entre un joven y una vieja y de la muerte cuando es entre una joven y un viejo.

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En el siglo XVII compareció ante el tribunal, la duquesa de Boullión, acusada de hechicera.
El consejero de Estado, presidente de la Sala, le preguntó:
-¿Habeis visto al diablo?
-En este momento lo veo, contestó la duquesa.
-¿En qué figura?
-Está disfrazado de consejero, preside el tribunal, es horriblemente feo y disfruta quemando mujeres en la hoguera.

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Había entre los guardias del Corps de Federico de Prusia, un cabo muy valiente pero tan vanidoso, que no teniendo reloj, puso una bala al extremo de una cadena para fingir que lo llevaba.
Llegó esto a conocimiento del monarca que quiso castigar su loca vanidad.
-Es fuerza que seas un hombre muy económico, pues con una paga tan corta has podido ahorrar para comprar reloj, vamos dime, ¿Qué hora es?
El militar, sin turbarse, echó mano a la cadena y, sacando la bala:
-Señor, dijo, llevo este reloj porque me recuerda a todas horas que debo estar dispuesto a morir por V.M.
El rey, enternecido, le dio uno de sus relojes, diciendo:
-Toma este para que puedas saber la hora en que mueres por mi.

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Se atribuye á Quevedo que encontrándose en la calle con ciertas damiselas, y diciéndole éstas que embarazaba el paso con su nariz, suponiéndola muy grande, dijo él doblándola hacia a un lado con la mano:

-Pasen Uds. Señoras
El P. Cuspiniano hace autor de este gracejo al Emperador Rodulfo.

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Un sugeto que se había casado con una muda, se cansó de vivir condenado á perpetuo silencio, trató de acudir á los médicos para que procurasen restituirle el uso de la voz.
Tuvo la mujer la felicidad de recobrarla, y de tal suerte se daba priesa á subsanar el tiempo perdido, que hablaba, como suele decirse, por las coyunturas.
Cansado el marido de su charla, volvió a ver al facultativo y le suplicó que emplease en enmudecer á su mujer tanta habilidad como había manifestado para hacerla hablar.
-Está en mi mano, contestó el médico, hacer hablar á una mujer, pero se necesita mucha más habilidad para hacerla callar.
-¿Y no habrá ningún remedio?
-Uno solo encuentro y aun ese no es otra cosa que un calmante para el mal que V. padece.
-¿Y qué remedio es ese?
-Dejar a V. sordo, para que al menos no padezca tanto.

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Decía un catedrático de Moral a sus discípulos:
-Señores, en la lección anterior os hablé de dos clases de orgullo, el del nacimiento y el de la fortuna; hay otro aún, el del talento, pero omito hablaros de él, porque entre vosotros no hay uno solo que pueda tener vicio semejante.

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Un soldado gallego estaba de centinela en la puerta de una iglesia: su consigna era la de no dejar entrar a nadie, y habiéndose presentado un andaluz, el soldado le dijo, cumpliendo con su deber:
-Atrás, paisano.
-¿Qué me quieres decir con eso? Preguntó el otro.
-Que no se puede entrar.
-Pero ¡Bárbaro! Exclamo el andaluz, ¿No ves que lo que yo quiero es salir de la calle?
-En ese caso, pasa.

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D. Diego de Mendoza, conde de Melito, siendo paje del rey Católico, estaba encargado de espantar las moscas mientras comía la reina Doña Isabel. Un día que los dos maestresalas, hombres muy pequeños, estaban alrededor de S.A., el paje se divertía mirándolos, y las moscas invadieron la mesa.
-Echa esas moscas, Diego, dijo la reina.
-Maestresalas y todo, contestó D. Diego, dándoles con el amoscador.
La reina se río, pero no se enojó.






sábado, 12 de octubre de 2013

El sello de Melquicedec


Una amiga granadina, por estos días quizá la única lectora de esta bitácora, compartió unas fotos en Flickr donde aparecía un símbolo de continua presencia en Granada y toda la región de Andalucía: La estrella de ocho puntas.
El símbolo se encuentra muy especialmente en esa zona, pero además aparece en muchas representaciones artísticas, religiosas y en la arquitectura de toda la costa del Mediterráneo. Quizá la manifestación más antigua se encuentra  en el sello de Melquicedec, un misterioso sacerdote de los tiempos del paganismo que se describe como “hijo del sol”.
El culto solar era la “religión” ancestral más difundida en lo que hoy conocemos como Europa, África del norte y Medio Oriente, los mayores imperios que se desarrollaron en la región, Sumerios, Egipcios, Griegos y Romanos no pudieron opacarlo y debieron acabar aceptándolo aggiornando los rituales de origen astronómico de aquel culto, a las religiones que hoy subsisten.
Hasta la etimología de una palabra símbolo como “toro” prueba lo extendido del culto en el mundo antiguo: “ur” , “uro”, “urus”, “Thor”,”Hor”, entre otras. Hoy encontramos palabras como oro, urea, orina, urología, que están relacionadas con el color dorado del sol. ¿Por qué esta palabra? Porque los sacerdotes de Babilonia y Egipto habían observado que durante la noche, por el mismo camino que recorre el sol durante el día, se ve el “desplazamiento” de la constelación del toro “Taurus”.
Los egipcios imaginaron que el dios Horus con figura de halcón o disco alado, vigilaba la barca de Ra defendiéndola de las tinieblas reperesentadas por la diosa Apep (Apofis). Durante la noche el toro (Athor) dejaba al sol del otro lado del mundo para evitar que Apofis se apoderara de la luz y especialmente de su calor (el origen de la vida)  representado por Udayet que se manifiesta en la iconografía con el nombre de “uraeus”.
En medio oriente por los mismos lejanos tiempos, y volviendo al sello de Melquicedec, vemos en este, dos cuadrados entrecruzados, que no son más que una forma simple y estilizada de dibujar una estrella de ocho puntas, una representación aproximada del sol. Era utilizado por este sacerdote en sus ritos, donde además, el pan y el vino, eran manifestaciones palpables del poder de la estrella sobre el mundo. “Soy hijo de Dios (El sol) y he nacido de la misma luz que da el pan y el vino, que son parte de mi cuerpo”
Melquicedec  aparece en los primeros textos de la Biblia como rey de Salem (La actual Jerusalen) y existen numerosas coincidencias como para suponer que su imagen es la que se tomó para la representación del Cristo por parte de los romanos en tiempos de Constantino.
El emperador romano hace coincidir la fecha astronómica del solsticio, con la aparente muerte del sol  el 21 de diciembre y su resurrección al tercer día, o sea el 24 de diciembre que hoy conocemos como día de la natividad. (Se necesitan tres días a ojo desnudo para percibir que el sol no sigue descendiendo en el horizonte y comienza a elevarse nuevamente)
En definitiva, Católicos, Musulmanes, Judíos, y otras tantas religiones dependientes o similares, siguen adorando al sol (aunque un poco disfrazado según conveniencias) y la estrella es un símbolo utilizado por todas ellas.


martes, 10 de septiembre de 2013

Rompiendo la rutina




Todos los días el mismo colectivo, todos los días los mismos pasajeros, todos los días las mismas calles de madrugada.

En la misma parada de todos los días, Clark Kent sube con su corbata finita y la cabeza baja, mirando por sobre los cristales de sus antiguos anteojos. (El tipo no puede ser tan parecido). Se sienta casi siempre en el mismo lugar y clava su mirada en la nada tras la ventanilla, todos los días igual.

Es muy parecido y lo sabe, porque actúa como él. Algunos lo miran con asombro, otros, muy pocos, no saben quien es Clark Kent o miran sin ver, ya devorados por la monotonía.

Como todos los días, nos acercamos al puente después de la curva en bajada de la Avenida Castro Barros y diestramente el chofer lo cruza hasta el próximo semáforo. Tampoco hoy derrapamos y el colectivo queda colgando de la baranda. Tampoco hoy sabré si Clark Kent reacciona ante una situación desesperada.

Pero no, mejor no hacer esa prueba pues el tipo es parecido nomás. No tiene pinta de redactor de un diario, ni de que sea capaz de redactar nada. Con esa cara no creo que vuele. Acá, todos los días, el único que vuela soy yo.