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Todos los días el mismo colectivo, todos los días los mismos pasajeros, todos los días las mismas calles de madrugada.
En la misma parada de todos los días, Clark Kent sube con su corbata
finita y la cabeza baja, mirando por sobre los cristales de sus antiguos
anteojos. (El tipo no puede ser tan parecido). Se sienta casi siempre
en el mismo lugar y clava su mirada en la nada tras la ventanilla, todos
los días igual.
Es muy
parecido y lo sabe, porque actúa como él. Algunos lo miran con asombro,
otros, muy pocos, no saben quien es Clark Kent o miran sin ver, ya
devorados por la monotonía.
Como todos los días, nos acercamos
al puente después de la curva en bajada de la Avenida Castro Barros y
diestramente el chofer lo cruza hasta el próximo semáforo. Tampoco hoy
derrapamos y el colectivo queda colgando de la baranda. Tampoco hoy
sabré si Clark Kent reacciona ante una situación desesperada.
Pero no, mejor no hacer esa prueba pues el tipo es parecido nomás. No
tiene pinta de redactor de un diario, ni de que sea capaz de redactar
nada. Con esa cara no creo que vuele. Acá, todos los días, el único que
vuela soy yo.