Una tarde cualquiera uno puede detener el tiempo y el fragor de una gran ciudad, encerrándose por un rato en una moderna biblioteca.
Sin plan previo, navegando entre antiguos libros microfilmados, rescato estos pequeños textos, que a mi tanto me deleitan, para que los saboreen como si de pequeñas y deliciosas confituras se tratase.
Antes que me corrijáis, aclaro que son textos de los siglos XV a XIX y he respetado la ortografía de los originales.
Un Lord aconsejaba
á Garrik, el actor más célebre del teatro inglés, que se pusiese en candidatura
como representante por algún condado o ciudad. Garrik respondió:
-Quiero más hacer
un gran papel de falso en el teatro, que el papel de verdadero tonto en el
Parlamento.
*** ° ***
En cierta ocasión
estaba tan triste y taciturno Voltaire, que sus amigos que conocían su habitual
buen humor comenzaron á hacer tristes comentarios. Una amiga suya, que conocía
aún más que los demás al insigne poeta, pronunció estas palabras altamente
características:
-No lo creereis,
pero yo puedo decíroslo. Hace tres semanas que no se habla en París de otra
cosa que de la ejecución de un famoso ladrón que ha muerto con la mayor firmeza
de espíritu. Esto ofende grandemente a Voltaire porque no se habla ya de su tragedia.
Tiene celos del ahorcado.
*** ° ***
Las mujeres gustan
mucho de que se las ame con ternura, pero gustan más de que se las divierta.
Prefieren que se las divierta sin amarlas á que se las ame sin divertirlas.
*** ° ***
Augusto hacía
chicoleos a la mujer de Mecenas, su favorito. El diestro cortesano fingía
dormir y un criado, creyendo su sueño verdadero, quiso aprovecharse de esa
ocasión y trató de ir a aprovecharse de las botellas del aparador.
-Majadero, dijo
Mecenas, ¿No conoces que sólo duermo para el emperador?
*** ° ***
Los viejos gustan
de dar buenos consejos porque no se hallan ya en condición de dar malos
ejemplos.
*** ° ***
Un particular cuya
mujer había parido a los seis meses de casados, se dirigió a un partero para
preguntarle la causa de aquella precocidad.
-Tranquilizaos,
replicó el doctor; esto acontece a las mujeres en el primer parto, pero no se
repite en los demás.
*** ° ***
Cierto cura de
aldea predicaba La Pasión. Cuando
llegó a cierto párrafo en que decía que Jesucristo había sido cogido en el
huerto de las olivas, hubo una mujer que gritó:
-¡Bien hecho! ¿Qué
iba a buscar en ese huerto? Ya se dejó coger ahí mismo el año pasado.
*** ° ***
Carlos V caminaba
en cierta ocasión de un modo tan particular, de resultas de un violento ataque
de gota que acababa de sufrir, que el conde de Buren no pudo menos que
echársele a reir.
-¿De qué os reis
así? Le dijo el emperador.
-Señor, al ver los
pasos inseguros de V.M., he imaginado ver al imperio vacilando como su
jefe.
-Guardaos, pues, en
delante, de tener semejantes pensamientos, le dijo Carlos con una mezcla de
dulzura y severidad, y sabed que no son los pies sino la cabeza lo que gobierna
los Estados.
*** ° ***
Tres son las especies
de casamiento: De Dios, del diablo y de la muerte.
De Dios, cuando es
entre jóvenes iguales, del diablo cuando es entre un joven y una vieja y de la
muerte cuando es entre una joven y un viejo.
*** ° ***
En el siglo XVII
compareció ante el tribunal, la duquesa de Boullión, acusada de hechicera.
El consejero de
Estado, presidente de la Sala, le preguntó:
-¿Habeis visto al
diablo?
-En este momento lo
veo, contestó la duquesa.
-¿En qué figura?
-Está disfrazado de
consejero, preside el tribunal, es horriblemente feo y disfruta quemando
mujeres en la hoguera.
*** °
***
Había entre los
guardias del Corps de Federico de Prusia, un cabo muy valiente pero tan
vanidoso, que no teniendo reloj, puso una bala al extremo de una cadena para
fingir que lo llevaba.
Llegó esto a
conocimiento del monarca que quiso castigar su loca vanidad.
-Es fuerza que seas
un hombre muy económico, pues con una paga tan corta has podido ahorrar para
comprar reloj, vamos dime, ¿Qué hora es?
El militar, sin
turbarse, echó mano a la cadena y, sacando la bala:
-Señor, dijo, llevo
este reloj porque me recuerda a todas horas que debo estar dispuesto a morir
por V.M.
El rey,
enternecido, le dio uno de sus relojes, diciendo:
-Toma este para que
puedas saber la hora en que mueres por mi.
*** ° ***
Se
atribuye á Quevedo que encontrándose en la calle con ciertas damiselas, y
diciéndole éstas que embarazaba el paso con su nariz, suponiéndola muy grande,
dijo él doblándola hacia a un lado con la mano:
-Pasen
Uds. Señoras
El P.
Cuspiniano hace autor de este gracejo al Emperador Rodulfo.
*** ° ***
Un
sugeto que se había casado con una muda, se cansó de vivir condenado á perpetuo
silencio, trató de acudir á los médicos para que procurasen restituirle el uso
de la voz.
Tuvo
la mujer la felicidad de recobrarla, y de tal suerte se daba priesa á subsanar
el tiempo perdido, que hablaba, como suele decirse, por las coyunturas.
Cansado
el marido de su charla, volvió a ver al facultativo y le suplicó que emplease
en enmudecer á su mujer tanta habilidad como había manifestado para hacerla
hablar.
-Está
en mi mano, contestó el médico, hacer hablar á una mujer, pero se necesita
mucha más habilidad para hacerla callar.
-¿Y no
habrá ningún remedio?
-Uno
solo encuentro y aun ese no es otra cosa que un calmante para el mal que V.
padece.
-¿Y
qué remedio es ese?
-Dejar
a V. sordo, para que al menos no padezca tanto.
*** ° ***
Decía
un catedrático de Moral a sus discípulos:
-Señores,
en la lección anterior os hablé de dos clases de orgullo, el del nacimiento y
el de la fortuna; hay otro aún, el del talento, pero omito hablaros de él,
porque entre vosotros no hay uno solo que pueda tener vicio semejante.
*** ° ***
Un
soldado gallego estaba de centinela en la puerta de una iglesia: su consigna
era la de no dejar entrar a nadie, y habiéndose presentado un andaluz, el
soldado le dijo, cumpliendo con su deber:
-Atrás,
paisano.
-¿Qué
me quieres decir con eso? Preguntó el otro.
-Que
no se puede entrar.
-Pero
¡Bárbaro! Exclamo el andaluz, ¿No ves que lo que yo quiero es salir de la
calle?
-En ese
caso, pasa.
*** ° ***
D.
Diego de Mendoza, conde de Melito, siendo paje del rey Católico, estaba
encargado de espantar las moscas mientras comía la reina Doña Isabel. Un día
que los dos maestresalas, hombres muy pequeños, estaban alrededor de S.A., el
paje se divertía mirándolos, y las moscas invadieron la mesa.
-Echa
esas moscas, Diego, dijo la reina.
-Maestresalas
y todo, contestó D. Diego, dándoles con el amoscador.
La
reina se río, pero no se enojó.