Pensar es conectar recuerdos. Esta actividad del cerebro puede tener varios fines: encontrar la solución a un problema, comprender el tiempo y el entorno, conjeturar el devenir, verificar la relación entre causa y efecto, explicar la realidad, intentar la abstracción, crear...
El problema de entender cabalmente qué es el pensar, se retrotrae entonces a la cantidad y calidad de nuestros recuerdos. Si no tenemos recuerdos, si no tenemos un código (lenguaje) en el que apoyarnos, dificilmente podamos hablar de pensar.
Con este razonamiento, vemos que si nuestros recuerdos no son exactos y están modificados por nuestras sensaciones (aquí intervienen fuertemente nuestros sentimientos) seguramente el resultado de lo que entendemos como pensar, se verá influenciado por ese pasado que nuestro cerebro recrea completando con “elementos lógicos” los detalles olvidados.
Todos recordamos sucesos trascendentales de nuestras vidas: un viaje, el casamiento, la pérdida de un ser querido... Somos capaces de recordar cómo, cuándo y dónde, las personas que estaban con nosotros y unos pocos detalles importantes mas.
En nuestro casamiento, por ejemplo, sabemos que los invitados estaban vestidos (lo contrario habría quedado fuertemente grabado por lo ilógico) pero no recordaremos qué llevaba puesto cada uno, asi es que nuestro cerebro vestirá a esas personas con elementos conocidos pero nunca exactos.
La mayoría de nuestras ideas, entonces, están apoyadas sobre conceptos muchas veces incompletos o erróneos, por lo que se hace necesaria la constrastación permanente. Para ello recurriremos a los recuerdos de otros, a las pruebas documentales de todo tipo y hasta el intento de reconstrucción de los hechos, muchas veces imposible.
El hecho de que “Cada criatura piense de una manera diferente” se fundamenta entonces en que cada persona recuerda de una manera diferente. Y esa es la diferencia que nos hace distintos a los cerebros electrónicos, incapaces de elaborar conceptos influenciándolos con sentimientos como el amor, el odio, la envidia, la vergüenza, el deseo, la soberbia, la perversidad, el afecto,la avaricia, la fe, etc... además de todos los estados intermedios que de ellos existen y que viéndolos desde esta perspectiva, comprendemos como imperiosamente necesarios.
De este extraño fenómeno nacen lo bueno y lo malo. El cielo y el Infierno.